La Santa Misa es la mayor de las devociones, y no existe ni podrá existir jamás una devoción superior a ella. No hay en el Cielo un mayor sacrificio reparador que el Sacrificio de Jesús en la Cruz.
¿Qué es la Misa? Es la renovación incruenta del sacrificio cruento de la Cruz. -enseña la Iglesia-.
En el Sacrificio de la Cruz, Jesús derramó toda su Sangre por la salvación de todos los hombres de todos los tiempos. En la Santa Misa, Jesús derrama nuevamente toda su Sangre por la humanidad entera; pero en la Santa Misa la Sangre de Jesús cae, de forma especial, sobre aquellos que devotamente asisten a este Sacrificio.
¡Qué valor tan grande tiene una Santa Misa! Si una sola gota de la Sangre de Cristo puede limpiar de todos los crímenes al mundo entero -como enseña Santo Tomas de Aquino- ¿Qué diremos entonces de la Santa Misa, dónde se derrama toda la Sangre de Cristo sobre cada uno de los asistentes?
Antes de la Santa Misa le pedimos a nuestro Padre Dios durante el día y la noche anterior, que nos haga dignos de participar del Santo Sacrificio de su Hijo.
Le decimos al Padre que le ofrecemos el Sacrificio de su Hijo, para:
-Adorarle: La Santa Misa le rinde mayor adoración al Padre Eterno que la adoración que le tributan todos los ángeles y los santos del Cielo, incluida la adoración de la misma Madre de Dios.
-Alabarle: No hay una mayor alabanza a nuestro Padre Dios, que la alabanza que le rinde su Hijo en la Santa Misa.
-Darle gracias: No hay una mayor acción de gratitud a nuestro Padre Dios, que la que le rinde su Hijo en el Santo Sacrificio de la Misa.
-Y pedirle perdón: La Santa misa es el único Sacrificio que aplaca la ira de Dios y obtiene la redención del género humano.
Al Padre solo le place plenamente el Sacrificio y las Peticiones de su Hijo. Por eso lo más grande que nosotros podemos hacer, la devoción mas grande, es unirnos al Santo Sacrificio del altar para hacernos uno con el mismo Cristo.
Le pedimos a nuestro Padre Dios, lo que nos pide nuestro Director, por:
La Iglesia, el Papa, los sacerdotes, religiosos y todas las almas consagradas.
Por nuestro Director y sus intenciones y la Junta de Gobierno.
Por los seres queridos de tus hijos de tu Civitas. (Especialmente los que pasan por alguna necesidad, cumplen años de vida, o aniversario de muerte y los más necesitados de su infinita misericordia)
Por los cooperadores de tu Civitas para que los bendigas y les multipliques lo que han dado.
Para que envíes almas de oración para tu Ciudad de la Oración, y por las almas de oración del mundo entero para que perseveren en su excelsa misión, por Terranova, para que Dios envíe los medios económicos y humanos para hacer las cosas bien.
Por la conversión de los pecadores, por los agonizantes del día de hoy para que ninguno se condene, por la unidad de los cristianos y por las benditas almas del purgatorio.
También podemos agregar peticiones particulares en la Santa Misa, aunque nuestra intención particular más grande es unirnos a las intenciones de nuestro Director, que son básicamente: el que el Señor nos haga fieles a nuestra vocación y al carisma de su Civitas.
(Basta decir en la santa Misa: Señor te pido lo que te pide nuestro Director).
Después de la Santa Misa rezamos la oración a San Miguel Arcángel, tal como lo hacía antes la Iglesia después de terminar el Santo Sacrificio.
Unirnos a las Misas que se celebran en el mundo.
Según los cálculos, se estima que hay más de cuatrocientos mil sacerdotes católicos en el mundo. Si cada uno de ellos cumple con su sagrado deber de celebrar cada día el Santo Sacrificio del altar, podrían celebrarse en la tierra cuatrocientas mil Santas Misas cada día, que dividido por veinticuatro horas, equivaldría a dieciséis mil seiscientas Santas Misas cada hora, a doscientas setenta y siete Santas Misas por minuto, y a más de cuatro Santas Misas por segundo.
Aun suponiendo que solamente una cuarta parte de los sacerdotes celebrasen cada día la Santa Misa, sería entonces una Misa por segundo, y no cuatro, con lo cual de todas formas es mucho. ¡Es mucha fuerza divina para aplacar la ira de nuestro Padre Dios por los pecados de los hombres y moverlo a la compasión!.
Se cumple pues lo que ya había profetizado el Padre Dios en el Antiguo testamento: <Desde donde sale el sol hasta el ocaso, se ofrece en Mi Nombre un sacrificio humeante>
Volviendo a las Realidades Divinas, que nos ha enseñado nuestro Director, podemos unirnos con la imaginación a todas las Santas Misas que se celebran en el mundo, más de cuatro por segundo, para hacer de nuestra vida, unida al Sacrificio de Cristo, una hostia agradable a Dios.
¡Que el último momento de nuestra vida nos sorprenda unidos a Cristo en el Sacrificio de la Santa Misa!. La santidad, el ser perfectos como el Padre Dios, para nosotros es muy fácil, porque no solamente contamos con nuestro esfuerzo personal, sino además con el poder de Dios que nos quiere hacer perfectos unidos a su Santo Sacrificio.
ACCIÓN DE GRACIAS
Acción de gracias después de la Santa Misa: Después de Comulgar, la Sagrada hostia consagrada con el Cuerpo de Cristo, permanece en nuestro cuerpo de diez a quince minutos, durante este tiempo aprovechamos para quedarnos dando gracias al Señor y hablando con El.
Se reza la Oración al Santo Rostro de Cristo que el Señor le dictó a nuestro Director y que la Iglesia hizo suya de inmediato dándole su aprobación oficial, mediante el Nihil obstat; y el Adorote devote compuesto por Santo Tomás de Aquino.
El momento de la Comunión, esos diez o quince minutos donde está dentro de nosotros el mismo Pan del Cielo, Jesús, es el momento de mayor intimidad con Jesús Sacramentado. Es el momento para decirle que lo amamos con todo el corazón, con toda el alma; pero más que hablar nosotros, es el momento para escucharle con mayor intensidad.
El Santo Josemaría dividía el día en dos: antes de la Santa Misa para prepararse para ella, y después de la Santa Misa para dar gracias a Dios por haberle recibido. Hagamos nosotros lo mismo, así nuestro día será una Santa Misa, un ofrecimiento constante de nosotros a nuestro Padre Dios.
Cuentan que el Santo cura de Ars, al ver una señora que después de comulgar salió inmediatamente del templo, le mando a dos acólitos con dos velas encendidas para que la acompañasen por la calle.
La señora preguntó: ¿qué es esto?
Los muchachos le respondieron: ¿no se da cuenta que usted lleva por la calle a Jesús Sacramentado?
Pues que no nos pase esto a nosotros. Que nos demos cuenta que en el momento de la Comunión tenemos al mismo Cielo en nuestro pecho, a Jesús.
Muchos santos que valoraban tanto el momento de la Comunión, el Señor les dio la gracia de que permaneciese la hostia sin consumirse dentro de ellos. Se volvieron un sagrario permanente. Pidámosle esa gracia: <¡Quédate con nosotros porque sin Ti se hace tarde!> -como le dijeron los discípulos de Emaús-.
León Martinez
Civitas Orationis
La ciudad para aprender a escuchar la voz de Dios
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